7. Construcción de la identidad trasvestista
Los travestistas construyen su cuerpo teniendo como modelo para sus intervenciones un cuerpo femenino que es observado con minuciosidad. El reconocimiento de las formas femeninas, el detalle con que describen cada una de ellas, asombraría al más preocupado por su imagen corporal, cualquiera sea su sexo. Los trasvetistas miran el cuerpo femenino de manera bastante diferente a como lo hacen las mujeres. Otorgar proporciones armónicas a espalda y cadera, corregir los arcos de las piernas, evitar músculos y venas, aumentar el hueso frontal, etc., son todos objetivos de un proyecto cuyo fin es lograr un cuerpo femenino. Para lograr la corporalidad femenina hay que dialogar con la propia, que es masculina y que deberá haber sido observada también exhaustivamente.
El cuerpo masculino está siempre presente en la transformación corporal de los travestistas, sea para borrar sus marcas o para tenerlas a la vista y prever futuras molestias. En el caso del travestismo, la transformación corporal elegida está orientada a superar el límite del cuerpo propio en lo que a su conexión con el género respecta. Esta no es una situación equivalente al de las mujeres biológicas que transforman su cuerpo para acercarlo al ideal, como no lo es tampoco el hecho de que mientras para éstas dicha transformación se realiza a través del acompañamiento de la sociedad y sus instituciones, adoptar los signos de la femineidad es, para el travestismo, un trabajo solitario o, en todo caso, asistido sólo por la comunidad travestista.
Las intervenciones sobre el cuerpo, sea a través del consumo de hormonas o la inyección de siliconas, se hacen de manera oculta a la familia en el primer caso y lejos de ella en el segundo.
De manera activa y consciente, los travestistas modifican su cuerpo teniendo como referente, aunque en forma fragmentaria y estereotipada, el cuerpo de una mujer prostituta o de una vedette y, más recientemente, el de modelos publicitarias profesionales cuyo físico raya con la anorexia.
Ya sea que los referentes sean mujeres o travestistas en prostitución, vedettes o modelos publicitarias e, incluso, aunque la razón para adoptarlos esté relacionada al trabajo prostibular, lo cierto es que prescindir de esos referentes pone en conflicto a los mismas travestistas con su identidad y desconcierta a un público para el que el travestismo es exuberancia y exageración femenina.
La inyección de siliconas tiene un fuerte impacto emocional en la vida de los travestistas, sobre todo si está destinada a construir los pechos femeninos. Empezar a vivir con ellos es comenzar a despreocuparse de aquel cuerpo que, sin siliconas, podía ser descubierto en su masculinidad, sea ésta la de un homosexual o un transformista. Los pechos femeninos logrados con siliconas son la marca que evitará en adelante y de manera definitiva cualquier confusión de género y también, por tanto, la marca con la que podrán ser reconocidas como “travestistas auténticos”.
Lograr un tórax con formas femeninas implica poder recortarse como travestistas del espacio de los homosexuales al que estaban integradas cuando no las tenían y recortarse también del transformismo, término que puede igualarse al drag. Los pechos femeninos son uno de los sitios más fuertemente valorados como signo corporal femenino,
La resistencia a una intervención quirúrgica que “iguale” genitalidad masculina a femenina, es absoluta. Aún cuando ella hubiese existido como una posibilidad sobre la que los travestistas pensaron alguna vez en el transcurso de sus vidas, fue siempre descartada.
La operación de los genitales es claramente visualizada por los travestistas como la conversión en transexuales, el recorte entre una y otra identidad no presenta dudas. El travestista no prescinde del placer sexual, y el acceso al mundo femenino no está tampoco garantizado por una operación de este tipo.
Resulta paradójico que un cuerpo que ha sido tan violentado, a través del consumo de hormonas y la inyección de siliconas, resigne la operación de los genitales, signo corporal de masculinidad por excelencia, bajo el argumento del respeto hacia aquello que se trae de manos de la biología.
No hay género femenino atrapado en un cuerpo masculino; hay un cuerpo que, aún cuando se interviene para acompañar al género, se resiste a la posible pérdida de placer.
Aún cuando algunas entienden que el cambio de sexo contribuiría a distinguirse de los homosexuales, ello no constituye un argumento de tanto peso como lo es el placer sexual que consiguen con sus propios genitales masculinos.
No obstante la negativa a cambiar el sexo biológico, los genitales son ocultados por los travestistas mediante complicados métodos que ellos llaman trucarse. El truqui es, precisamente, el nombre dado al pene cuando se lo esconde. Es interesante observar, una vez más, cómo aún cuando la genitalidad masculina es una fuente de molestia, nunca lo es tanto como para modificarla.
Los travestistas saben que renunciar al pene implica prescindir del orgasmo a través de la eyaculación. La decisión de una operación para el cambio de sexo nunca llega a la vida travestista, sea para no perder una fuente de placer propio o un instrumento para el juego de seducción con otros. Y esta situación no cambia siquiera para aquellos que dicen tener una vida sexual pasiva exclusivamente.
El “trabajo en la calle”, los clientes y las mujeres prostitutas constituyen las figuras más destacadas que intervienen en el proceso de construcción de una identidad cuyos atributos parecen no tener una posición estable.
Las transformaciones sobre un cuerpo biológicamente masculino forman parte de la construcción de una identidad que puja por diferenciarse del transexualismo, del transformismo y de la homosexualidad masculina, y es también un cuerpo que se dibuja sobre la base de una mirada exhaustiva del cuerpo femenino.
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.